viernes, 9 de noviembre de 2012

APERITIVO III

"Una misión peligrosa"


                Ambos, esposo y esposa, dormían plácidamente en la cama, sin poder percatarse de que alguien acababa de entrar en su casa: ni un sólo ruido hizo el intruso mientras se acercaba desde la puerta a la tranquila estancia del matrimonio. Llegó incluso a alcanzar el mismo lecho conyugal, por el lado de la mujer, que sólo entonces comprendió lo que ese sexto sentido innato en todos los seres vivos pretendía decirle: había alguien justo a su lado. El susto al despertar fue digno de aspavientos, pero no gritó.
                  -Tranquila, madre –susurró su hijo al verla despierta.

      Aunque no toda la prole de la pareja vivía con ellos, sino los más pequeños, algunos solían visitar con asidua costumbre la casa de sus padres. Conformaban una familia de lazos fuertes, capaces de afrontar los complicados acontecimientos con que la mala fortuna había decidido marcarles, por lo que sólo en aquella casa sentían esa especial seguridad inhallable en otro lugar. Pero en cualquier caso, nada justificaba las maneras del hijo, a quien más le valía contar con una buena razón para introducirse a hurtadillas en la casa, máxime a aquellas horas que ya rozaban el alba. Decidido, pues, a dar las explicaciones pertinentes, el joven se hizo acompañar por su madre hasta el humilde comedor. Su padre, mientras, continuó durmiendo todo lo profundamente de que era capaz -y era capaz de mucho-. Según expondría de inmediato, el joven habría de marcharse en pocos minutos a una misión que le turbaba en exceso, y las dudas acerca de ello le habían estado torturando toda la noche, hasta decidir acudir a su consejo; no la habría molestado de no ser necesario.

                  -¿Por qué esta vez es diferente a las demás, hijo? –inquiría la buena mujer tras una explicación en la que su vástago, aunque sin voluntad de contarle los entresijos de la misión, le aseguraba que ésta podía ser una buena oportunidad para ellos.
                  -Podría encontrarla por fin… -respondió pasados unos segundos de incertidumbre-. O eso cree mi señor.
                  La madre sintió encoger su corazón y tragó con esfuerzo el nudo que se le acababa de formar en la garganta. No quiso hablar.
                  -No será fácil y nada nos garantiza que la volvamos a ver, pero…
                -¿Corres algún peligro? –pudo preguntar la mujer con miedo a la respuesta. El muchacho lo negó, más por consolar a su madre que por decir la verdad-. Pues si hay una mínima oportunidad de encontrarla… -fueron sus ojos, que no su voz, los que terminarían de pronunciar aquella frase.
         El hijo comprendió entonces que no sacaría nada en claro de la visita, pues no haría más que preocupar a los suyos con la verdad. Pero no podría haber iniciado su empresa sin el conocimiento de su familia: necesitaba que lo supieran, aunque tuviera prohibido compartir los detalles.
                
                -Pase lo que pase, esta misma noche vendré a veros –prometía el muchacho antes de marcharse y dejar a una madre esperanzada, temerosa y con el alma en vilo; observando impaciente cómo la aldea comenzaba ya a despertar.


KHEIDERON
ENERO 2013