"Un último favor"
A media tarde,
los tres hombres ya tenían todo preparado para marchar, cuando acabara de caer
el sol, hacia la capital del reino. Vivían en una especie de cuartel
-habilitado para ello-, pues conformaban la seguridad de la aldea y carecían de
casa propia. Todos los guardias del reino eran elegidos, distribuidos y
capitaneados por su Majestad el Rey, dependiendo únicamente de él y de sus
órdenes. Ningún poblado tenía derecho a elegir a sus protectores, algo que,
como era de esperar, ocasionaba más de un incómodo altercado e, incluso,
llegaba a incendiar de rabia los corazones más rencorosos. Pero estos tres
guardias se habían sentido realmente afortunados al haber sido destinados a una
aldea tan pacífica como aquella era, donde sólo las peleas esporádicas y
algunos hurtos pequeños solían marcar el común de los días.
Sin
embargo, algo extraño comenzaba a agitar con mayor impaciencia el sosiego de
los aldeanos: algunos vecinos habían desaparecido recientemente, e incluso el
cadáver de un mensajero había sido hallado a la entrada de la aldea. Pero la
orden para los guardias no dejaba margen a interpretación: en cuanto se
ocultara el sol, habrían de ponerse en marcha sin demora, por mandato
irrevocable del rey, abandonando cualquier cometido que les ocupara.
A pesar de todo, el líder de la
aldea no era de la misma opinión y se personó en el cuartel para tratar de
retrasar el cumplimiento de la orden real un día más.
-No podéis dejarnos indefensos
ahora, al menos no hoy –hablaba así el cabeza de poblado al jefe de los tres,
mientras éste aseguraba que les era imposible esperar-. Necesito que al alba de
mañana me acompañéis a la cabaña de las afueras; algo me dice que ese hombre ha
tenido que ver de algún modo tanto en la muerte del mensajero como en las
desapariciones de hoy. ¿De verdad vais a abandonarnos a nuestra suerte ahora
que mi aldea debe enfrentarse a una verdadera amenaza?
Bien era cierto que el destino
es caprichoso y la casualidad había hecho que ese día, precisamente el del
repliegue de filas reales, hubiera estado delimitado por los primeros problemas
potencialmente peligrosos a los que el poblado tendría que hacer frente; tan
cierto como que la desobediencia a los mandatos del rey no era una opción.
Parecía no caber posibilidad de acuerdo.
El líder calló un instante para
pensar, ante la rotunda negativa del guardia. Quizá sería mejor adelantar la
visita a aquella misma noche: aunque nadie en su sano juicio querría acercarse
a aquella cabaña en la oscuridad, la situación no daba tregua para esperar a
que los guardias regresaran, y podría ser peligroso acudir sin escolta.
Así
pues, se dio maña para convencerles de retrasar tan sólo unas horas su partida,
logrando así que accedieran a su petición. No obstante, no todo fue mérito del
líder, pues buena intriga sentían los guardias hacia los recientes acontecimientos.
Además, siempre habían querido hablar directamente con la temible bestia de Sherall.
KHEIDERON
ENERO 2013