viernes, 19 de octubre de 2012

APERITIVO II

"Juego de niños"


                Un alarido resonó en el bosque. A través de sus espesas galerías arborescentes, un niño corría sin descanso procurando no tropezar. Debía llegar lo antes posible al lugar desde donde su amiga profería los sobrecogedores gritos que escuchaba, indicativo claro de que se encontraba en problemas.
Los dos niños –ella y él- solían pasar largos ratos inventando juegos e imaginando aventuras. En su aldea no es que hubiera muchos más niños, la verdad; pero en la infancia pocos son los reparos y muchas las razones por las que jugar con otros niños, por pocos que éstos sean. Sin embargo aquello, en aquel momento, quedaba lejos de ser divertido: durante una de sus emocionantes contiendas fantásticas, él la había perdido de vista unos segundos, despiste que ella había aprovechado para huir y esconderse, con el fin de dar un buen susto a su compañero. El chico la conocía bien, no era la primera vez que uno se mofaba del otro “desapareciendo” y esperando el rescate, yendo a parar cada vez a sitios de más difícil acceso. Pero nunca antes la había oído chillar con semejante desesperación y él, envalentonado, decidió que ir en su busca sería mejor que acudir a los mayores.

La encontró sentada en el suelo, aterrada. En su examen del terreno para localizar el mejor escondite, la niña había llegado sin pretenderlo a la cabaña del “hombre malo” -como parecían llamar a su inquilino-, quien por fortuna no estaba allí. Tenían expresa prohibición de acercarse a aquella zona del bosque, si acaso no fueran suficientes las historias de aquel lugar con que los adultos solían asustar a los infantes de la aldea, a fin de motivarles a ser buenos bajo la amenaza de la aparición del “hombre malo” si no lo eran. No era un sitio en el que desearan estar y ambos sabían que no debían estar allí. Pero la infancia es curiosa y a su llegada, lejos de huir, la niña había preferido echar un vistazo a través de las minúsculas grietas de la madera que conformaba la parte baja de la cabaña.
-¡Hay un monstruo ahí! –dijo la niña inconsolable al ver a su amigo, a quien se abrazó sabiéndose salvada. Pero de nuevo, la advertencia no hizo más que crear en el pequeño una intriga que sólo sería satisfecha de una manera: tenía que verlo con sus propios ojos. Ella intentó impedírselo, sin éxito.
Se asomó lentamente, como quien no desea ser percibido, pero no fue capaz de distinguir nada a través de aquellas ranuras; había muchos reflejos que le confundían. ¿A qué se refería pues su compañera con “monstruo”? Allí no había nada. Y entonces lo notó: las molestas luces del interior se movieron y lo que había considerado en un primer momento algún artefacto brillante o simple sol reflejado… ¡estaba vivo! ¡La luz estaba viva! Creyó distinguir una figura allá, una mirada acá, destellos y más destellos… Todo era muy extraño, cierto; pero cayendo en las potentes imaginaciones de los dos niños, se transformó en fantasmagórico. No quiso ver más y volvió espantado junto a su amiga.

Y corrieron y corrieron huyendo del mismísimo mal, dispuestos a contar a sus mayores todo lo que sus ojos habían visto –o su mente había imaginado-.



KHEIDERON
ENERO 2013